No es triste ver atardecer en Venezia,
ni estar sentado solo, tomando un expreso
junto al reflejo sobre el agua del sol,
no, no es triste morir en Venezia.
Lo triste no es morir en Venezia
por egoísmo, traición, vendetta o despecho,
lo triste es cuando te arrebatan la vida,
máscaras que un día, rostros amigos fueron.
Lo triste es no poder ver ese azul marino,
los canales con el agua de mar de la laguna,
lo triste es verlo todo, enturbiado por puñales
y la sangre de la herida, que por la espalda brota.
Lo triste no es ver llorar sobre Venezia,
lo triste es levantarse cada mañana,
cansado de ver en el reflejo de la ventana mojada,
la risa maliciosa de las cenizas de tu pasado.
Lo triste no es que llegue una vida nueva,
lo triste es que otra, solitaria, se tambalea
muchas sonrisas, ajenas a una lágrima,
carnavales con la máscara de la tristeza.
Lo triste no es morir en Venezia,
lo triste es haberla tocado, haberse empapado
con el agua de sus canales, de toda su belleza
y saber que ya no volverás a recorrerla.
Lo triste no es cómo te reciba,
lo triste es siempre una despedida,
y un tren que parte de Santa Lucía.
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