No se ha movido del mismo
sitio desde hace más de cincuenta años, entre la
Séptima y la Octava avenida. De hecho es lo único que
no ha cambiado en todo ese tiempo. Fue testigo de excepción de
cada acontecimiento y cambio relevante, podría llenar
estanterías enteras con volúmenes si pudiese hablar y
contar todo lo que ha visto “ I remember you well in the Chelsea
Hotel”. Primero fueron los trajes oscuros y las corbatas
estrechas, los sombreros de ala corta. Seguido las chaquetas de pana,
los jeans descoloridos. Más tarde hombreras y cardados. Los
vio a todos arrastrarse, crecer, subir hasta la azotea y más
allá para acabar chocando contra el suelo quedando aplastados
e inermes como un chicle usado. Gafas de pasta de beatniks, pelos
revueltos de folkies, los vestidos de colores y las cintas en el pelo
de los hippies, y como no, también los zapatos negros y toscos
de los hombres del gobierno siempre detrás de todos ellos.
Hubo hasta quien le dedicó
canciones y versos;
“we are ugly, but we have the music...” Hecha de menos los
buenos tiempos en los que el ritmo era veloz y todo era nuevo y
estaba bien fuese lo que fuese. Famosos de portada desfilaban por el
hall a diario fijándose en ella, unos la miraban con
desprecio, otros con miedo o simplemente la evitaban de cualquier
forma, huían de su presencia poderosa. La efervescencia de
aquellos días que se esfumaron como humo de incienso, igual
que la suerte en una partida de cartas. Cambiaron el decorado para
intentar atraer nuevas y viejas glorias, en vez de eso lo único
que consiguieron fue llenarlo todo de curiosos que coleccionaban
trofeos en forma de foto, entraban por una puerta y salían por
la otra. Se fueron todos, escritores de medio pelo, estudiantes
progres con sed de tesis y rockeros trasnochados, aunque de vez en
cuando la nostalgia les hace volver como turistas casuales. Ella
siempre les recibe igual; erguida, sonriente. La estatua del diablo
del Chelsea Hotel les sobrevivió a todos, porque el demonio
siempre gana la última mano.
El Padrino