OMAHA SANGRIENTA, de Alen Kerish



Cuando me alisté, con dieciocho años, nunca pensé que me vería implicado en un conflicto de este calibre, pensaba estar en una oficina con un rango medio, teniente o algo así; pero durante unos cuatro largos años estuve luchando por lugares que ni siquiera conocía, con la certeza de que el infierno no podía ser peor. En todo este tiempo he visto y sentido muchas cosas, intento recordar sólo los buenos momentos, cuando estábamos todas las compañías en el campamento y nos divertíamos en los escasos días que teníamos de "descanso", en ese ambiente de hermandad que nos proporcionaba un poco más de aliento para seguir combatiendo sin dejar que el miedo nos paralizara. Pero... ¡Dios mío! he observado tanta muerte y destrucción en mis "privilegiados asientos de primera fila".

Nunca podré olvidar aquel seis de junio, creo recordar que era sábado, un sábado noche a altas horas de la mañana, embarcamos rumbo al frente, algo importante estaba ocurriendo ya que desde la dura derrota en Dieppe, el Alto Mando no planeaba incursiones en Francia, la confirmación llegó cuando, transcurridas unas horas, ante mi atónita mirada pasaba un gran número de aviones Spitfire, Hurricane... y una infinidad de tropas de infantería, artillería y carros blindados, todo ello en un despliegue de barcos de tal magnitud que podías ir saltando de barco en barco y adentrarte cientos de metros en el mar. Nuestra superioridad numérica era arrolladora, pero se contrastaba con su posición estratégica.

Algunos, al ver tanta variedad de tropas terrestres, en un claro alarde eufórico dijeron: -¡adelante, que son pocos y cobardes! -, quizás tenían razón, pero nosotros más que ser valientes, estábamos locos.

Al amanecer, el sol estaba oculto tras una gruesa capa de nubes grises y borrascosas como preludio de la batalla, así la fugaz sensación de tranquilidad se vio truncada por el inminente enfrentamiento entre enemigos y aliados que rompió el silencio espectral. En ese momento comenzó la macabra sinfonía.

Ante la posibilidad de ser alcanzados por el fuego enemigo, antes de abordar la costa, saltamos, el agua nos cubría casi por completo, pero no había tiempo para pequeñeces, ese era el menor de nuestros problemas, la sangre daba al agua un tono granate mientras se filtraba en la arena, apenas podías arrastrarte entre los cadáveres que servían como escudos indirectos, no era nada agradable, pero supongo que tampoco lo sería estar muerto.

Todo era confusión. Las unidades, muchas de ellas sin jefe, se habían mezclado y la mayoría no estaba donde debía estar.

Las bombas caían sin cesar, los barcos ardían, los vehículos, empantanados, eran alcanzados por los proyectiles, las provisiones se mojaban; las lanchas intentaban constantemente llegar a tierra y en ese momento, algunas tocaban minas y explotaban... todo estaba revuelto como en un depósito de chatarra.

La playa estaba llena de soldados fallecidos, heridos o buscando refugio. Logramos llegar hasta un pequeño muro de piedra, pero nuestra protección duró poco, las tropas de mortero enemigas habían estado esperando ese momento y comenzaron a lanzar sus mortales disparos contra los objetivos predeterminados. Los proyectiles con fusibles de impacto daban en el blanco, la metralla, los fragmentos y las piedras causaban innumerables bajas. Nuestras olas de atacantes se estrellaron contra las defensas del enemigo.

Entre la niebla que producían las bombas de humo y el polvo que levantaban los obuses, se podían oír los gritos de los soldados, doloridos por alguna herida grave de un disparo certero o simplemente temerosos de morir, pero no todo eran simples chillidos, también se oían oraciones completas y desoladoras, tales como: -sólo hay dos tipos de soldados en esta playa, los caídos y los que van a caer. ¡Larguémonos! - era algo comprensible ya que nadie mantenía la calma en esos terribles momentos, hasta los que fanfarroneaban de sangre fría y nervios de acero se derrumbaron psicológicamente.

Cada centímetro de tierra valía una gota de sangre. Nos ordenaron avanzar, fue la peor idea en la triste historia de las malas ideas, tan descabellada como asaltar el sistema de trincheras de la I Guerra Mundial, pero había que hacerlo, las órdenes eran las órdenes, aunque aquello no era mejor que un consejo de guerra.

Así pues, salimos, ésa fue la única vez que vi de cerca a la muerte, no era una funesta figura entre las sombras, sino una MG42 que escupía fuego a diestro y siniestro.

En ese momento, una ráfaga de ametralladora silbó en el aire, un compañero sintió un profundo dolor en el pecho que interpreté por su gesto, el fusil le resbalaba entre las manos, sus piernas comenzaron a flaquear, en unos instantes cayó de rodillas y se desplomó sin remedio sobre la arena, la sangre manaba a borbotones; instintivamente bajé la vista hacia mi camisa, estaba empapada de sangre y ni siquiera me había dado cuenta de ello.

De repente me paralicé y vi una extraña imagen, era mi madre sentada en el porche enseñándome... ¡¿la póliza de seguros?!

Entre todas las explosiones y disparos, un gran estruendo me sobresaltó, alcé la vista y vi a lo lejos refuerzos, destructores y cazas aliados, que arrasaron las posiciones enemigas.

Supongo que ahora mismo os estaría contando esta historia si no llega a ser aquella bala perdida que... en fin, la guerra es una de esas cosas que nunca resulta como fue planeada.

Sto. 29ª División de Infantería
Thomas H. Miller

fotografía de Mikel Lado Peña
extraído de "Desembarco en Normandía - cuaderno de Normandía"

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